Comparar es
añorar.
Son las doce del
medio día. Hora de la comida en Bélgica. Estoy sola en casa. El tiempo es
esplendido hoy. Un sol radiante y unas temperaturas inusuales por esta época
del año, así que decido coger la bicicleta y darme una vuelta por el pueblo. Me
dirijo al parque de Wilrijk. Los estudiantes han salido de clase a comerse el
bocadillo del medio día y ha fumarse unos cigarrillos. El azul marino de sus
uniformes contrasta con el verde y amarillo de la vegetación del jardín
comunal. Pequeños grupos de chicas y chicos sentados en bancos ya que el césped
aun esta húmedo. Alguna mama paseando a su niño chico y una pareja de ancianos
paseando de la mano. Un hombre cincuentón con una bolsa de papel y un café
buscando el mejor sitio soleado para tomar su almuerzo.
Podría comprarme
un bocadillo y volver acá. Sentarme de nuevo en el banco frente al estanque de
agua. Contemplar como los patos y diversas aves compiten por la comida, pero no
tengo hambre. He recordado que hoy es día de mercado. Un poco tarde ya que
ronda la una del medio día, pero veré si no han levantado el campamento.
Aparco la bici en
un lugar especial para ello pensando si engancho el candado de seguridad o no.
No es un país de chorizos pero quien sabe! Los puestos están recogiendo sus
mercancías. Lo hacen sin prisa pero sin pausa. Ningún ruido ensordecedor por
las inmediaciones. Trabajo meticuloso sin el grado de estrés que he contemplado
en los mercadillos de España. Me acerco al azar a un puesto de verdura y frutas
donde contemplo que las cajas a medio recoger están casi repletas de
mercancías. Se diría que no han vendido casi nada. No me hacen caso así que
interpelo la señora que se mueve de un lado a otro y le pido en mi buen francés
un apio. La dama me contesta en neerlandés un algo que me suena a negativa.
Repito mi formula y esta cortésmente me replica que la venta ha terminado por
hoy. Sorprendida me dirijo hacia otro puesto idéntico donde un señor me replica
la misma formula. No ha guardado su peso así que pensé que aun dispondría de
unos minutos para atenderme pero una negativa es lo que obtengo otra vez. Una
tercera intentona me devuelve al punto de partida. El mercadillo ha chapado sus
ventas.
Por lo visto los
comerciantes belgas difieren mucho del vendedor español ya que este ultimo no
tiene inconveniente en vender lo que sea cuando sea. Hasta incluso vender a
precio rebajado para quitarse de encima los productos que no han sido comprados
en toda la mañana. Pero aquí es diferente. No existe la espontaneidad, o la
alegría de la venta en cualquiera de sus vertientes. Una frialdad extenuante
donde a pocos minutos del cierre de casi cualquier comercio te puedes encontrar
con luces apagadas y un vendedor que explaya su negativa a atenderte con
rotundidad.
Desengancho mi
bicicleta y me prometo no volver a pisar este mercadillo. Frías cabezas
cuadradas, es lo que pasa por mi cabeza y no puedo evitar echar de menos mi
mediterráneo!
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